miércoles, 12 de mayo de 2021

Maldita resistencia

Tengo el ánimo mal, en un punto que no me gusta nada porque que es el de estar mal (muy mal diría a ratos) pero sin explotar, aguantando. A veces envidio a esa gente que tiene "la mecha corta", que le salta por los aires todo a la mínima o con poco o con mucho menos que a mí. A mí (cuando estoy así) solo me queda el remedio de tener la esperanza de que debe faltar poco para que no aguante más y en ese llegar al fondo resurja, pero no hay manera, es como si cada vez se hiciera mayor el espacio de estar mal sin explotar, el espacio al borde del abismo, que te hace estar mal pero no te revienta, y por lo tanto no te da esa opción (que igual ni existe y es una fantasía) de resurgir quizás porque no quede más remedio. Sólo o casi solo estoy mejor cuando estoy con ella.

Ayer leí a una chica que había cambiado de forma de vivir porque no era feliz y ponía que el primer paso que dio fue escribir cada día 3 cosas que agradecer al día, 3 que le acercarían a "un día genial" y una cosa que le acercara a sus objetivos, por pequeña que fuera. Suena a autoayuda de pacotilla pero ella me gustó, hablaba y es una persona "de verdad" en general, así que confiaré en ella o al menos lo probaré.

De ayer:

- 3 cosas que agradecer: El rato que estuve con ella; descubrir la cuenta de esta chica y sentir un poco de fuerza y esperanza; y como soy incapaz de encontrar otra y no tengo fuerzas para pensar en el resto de preguntas empezaré a hacerlo mañana (con la excusa ¿válida? de que me lo he propuesto hoy).

jueves, 6 de mayo de 2021

Cosas de la vida

 He leído el último post de  NoSoloBollo maximizandomientropia.blogspot.com  (la mar de entretenido) y me han dado ganas de hablar de ella.

Mi primer gran amor fue mi profe de inglés de 2º ESO. Llegué nueva a ese instituto ese año, y como siempre en mi caso cuando alguien me gusta, lo hizo desde el primer momento que le vi. El primer día estábamos todos los alumnos de 2º ESO en un aula grande, para que nos distribuyan en 2ºA, B o C. Yo pensé "ojalá me toque el grupo en el que ella es tutora". No tuve esa suerte, aunque sí la de que fuera la profe de inglés. 

Yo era una chica bastante inteligente, que aprobaba con notas más o menos buenas sin estudiar casi, pero bastante vaga para las cosas que no me gustaban (como ahora). Casi siempre lo dejaba todo para el último momento, estudiaba lo justo necesario, llevaba las libretas y apuntes siempre hechos un caos de poco al día y de poco pulido. Sólo en su asignatura me lo curraba a las mil maravillas, sacaba siempre excelentes, hacía siempre los deberes, llevaba el cuaderno al día a los mil colorines. Me alargaba al acabar la clase para quedarme a solas con ella unos minutos y que, quizás sí quizás no, me dijera algo. Me sabía sus horarios de todos los cursos y como sabía a que clase iba cada hora, me hacía la encontradiza siempre que podía. Cuando sabía que estaba en el seminario, iba con cualquier excusa; me quedaba por ahí a la hora del patio cuando le tocaba a ella hacer guardia. Durante las clases que no eran con ella, pedía ir al lavabo para acercarme a la clase que daba ella y mirarle unos segundos a través de la cerradura. Una vez casi me pillan y en la huida me caí por la escalera. A la salida del instituto intentaba coincidir con ella, porque un trozo del camino coincidíamos. Me hablaba y alguna vez, de manera mas o menos distraída, me cogía por la cintura. Llegué a perseguirle para ver dónde vivía, aunque fuera un dato que no me aportara nada especialmente. Llegué a averiguarlo entrando un día por la mañana que no fui a clases en todos los portales de la calle en la que por un comentario intuía que más o menos debería vivir. Estaban fregando el portal, entré y vi su nombre en el buzón: qué satisfacción saber de ella, saber lo máximo que pudiera dentro de mis escasas posibilidades y aunque no me llevara a nada. Conocerle, cualquier mini detalle que conocía nuevo de ella me afectaba, era algo importante para mí. 

Pensaba día y noche en ella, era mi refugio, mi oasis, mi burbuja, mi escape de todo lo malo que vivía en casa e incluso en el instituto, no necesitaba ni quería (por nada del mundo quería que saliera de mí) comentarlo con nadie, todo lo que esperaba era que me cruzara alguna palabra y esa maravilla que era pensar en ella, nada más. Esperaba con conciencia y placer, como un gran momento, los pocos ratos que estaba sola en casa y la noche, para pensar a solas en ella y sin que nada me molestara: pensar en ella, simplemente eso, era mi necesidad y finalidad, y era un fenómeno absolutamente completo en si mismo. Llegué a saber controlar mi mente en el momento de antes de dormir, para soñar con ella, sabía intuitivamente en qué punto exacto poner mi mente o pensamientos para soñar casi infaliblemente con ella. Soñaba muy a menudo, y cuando no lo hacía, me levantaba contrariada.  Los sueños que tenía, para no olvidarlos, los apuntaba con todos los detalles que recordaba por mínimos que fueran, y para que nadie pudiera verlo, lo llevaba siempre encima. Acabó siendo un fajo considerable (que aun conservo) de hojas muy dobladas escritas con letra muy pequeña para ocupar lo mínimo posible, y como en mi casa eran muy controladores, hasta me duchaba con ello en una esquina de la ducha para protegerlo del veneno que son las miradas externas en algo así. No necesitaba nada a cambio, no esperaba nada, no pretendía nada, me colmaba absolutamente y como pocas cosas me han llegado a colmar ser simplemente espectadora de su existencia, de la pequeña parte de su existencia de la que podía yo ser espectadora. Si me rozaba un dedo (recuerdo una vez que me cogió de la mano por un dedo) sentía un amor abrasador entorno a ese dedo, a su roce que seguía sintiendo horas y horas después. Que me hablara, aunque fueran unas palabras de paso, o en su defecto verle, era mi late motive. Luego a veces sufría por si se me notaba que forzaba un poco las situaciones. A veces jugaba (como una forma de disfrutar de la constatación de la fuerza que sabía que tenía mi amor) a intentar adivinar por ejemplo qué ropa llevaría al día siguiente. Otro gran placer era nombrarla, encontrar afortunadamente una conversa en la que venía al caso hablar de ella, citarla simplemente era un placer, un alivio, decir su nombre, hablar un segundo de ella, u oír hablar de ella. Llegué a pensar (ahora no..) que si tuviera una hija le llamaría en homenaje secreto como ella, y que si me casara con alguien en mi boda pensaría en ella, porque en mi fuero más interno sabría que lo estoy haciendo con otra persona porque no puedo hacerlo con ella.

A día de hoy, después de muchos años sin contacto, nos escribimos de vez en cuando por carta o por wasap, muy de vez en cuando esto último. Hace un par de veranos fui a Mallorca donde tiene también casa y nos reencontramos después de mas de 10 años. Estaba igual, con el pelo más largo, pero igual, increíble, y yo que iba con mi chica a quien evidentemente amo, no podía dormir cuando dormimos en su casa. Una amiga mía dice que cuando te reencuentras con alguien después de años, casi siempre o siempre, vuelve a ser como era en el momento que dejaste de verle. Aunque ahora evidentemente tenga otra vida, entiendo perfectamente que no pudiera dormirme, como no hubiera podido dormirme si hace 15 años o más hubiera dormido en su casa. 

Mucha gente dice que es común que cuando somos adolescentes nos enamoremos de profesores, yo siempre me negué a alguna vez llegar a explicármelo así, me juré jamás engañar y traicionar mi memoria y vivencias en un futuro explicándomelo así, jamás sería (seré) tan desmemoriada, tan injusta, tan blanda de reducirlo a algo habitual, y a día de hoy sigo negándolo aunque me expliquen lo contrario: lo mío fue excepcional, un privilegio, muchas veces incluso el baremo para saber si realmente amo a alguien o no.